MARTA CEBRIAN LOPEZ
Guerra actual entre las apps de delivery

La pandemia supuso una auténtica fiesta para millones de personas encerradas en sus casas, la mayoría de las tiendas con la persianas bajadas y los marketplaces echando humo. El delivery, ya sea de hamburguesas, móviles, ropa o herramientas de jardinería, se convirtió en una actividad esencial. Ahora, son muchos los que se preguntan qué va a pasar.
Aunque Uber no fue la primera compañía de la economía de plataforma, su auge en 2009 animó a una generación de emprendedores a intentar fundar empresas basadas en trabajos por encargo y las aplicaciones móviles.
Estas empresas obtuvieron una financiación barata, ya que los inversores, empujados por una década en la que los tipos de interés eran casi inexistentes, buscaban rentabilidad en propuestas cada vez más arriesgadas. Los inversores del sector tecnológico se volcaron en estas Startups poco rentables, pero que hacían mucho ruido, con la esperanza de que el sacrificio temporal condujera a un éxito veloz. El auge se ha extendido durante más de una década, culminando en una gran lista de Startups que aprovecharon la crisis de la pandemia para captar un total de 14.000 millones de dólares.
Aunque proporcionan una amplia gama de servicios, estas empresas de la economía de plataforma generalmente comparten una dudosa conexión con el concepto de la rentabilidad. Por ejemplo, entre 2018 y el primer trimestre de 2022, los usuarios de Uber han gastado 53.000 millones de dólares en la plataforma, mientras que Uber ha quemado aproximadamente 73.000 millones de dólares en costes, incluyendo la construcción de oficinas.
En pocas palabras, las empresas de reparto como Uber necesitan dosis periódicas de dinero para seguir funcionando.
Las comisiones de reparto se comen los ya escasos márgenes de los restaurantes y provocan el caos entre los trabajadores de la alimentación. Uber y sus hermanos de la economía de plataforma no contratan directamente a sus trabajadores, lo que significa que tienen pocas obligaciones para con sus conductores y repartidores.
A estas empresas tampoco les importa exprimir a sus clientes. El coste del combustible, que antes corría enteramente a cargo del conductor, se comparte ahora con el pasajero en países como Estados Unidos. Los clientes pagan precios cada vez más elevados por los viajes; un análisis realizado el año pasado reveló que las tarifas habían subido casi un 80% respecto a los niveles pre pandémicos en algunas ciudades.
Estas empresas gigantes construyeron sus negocios sobre un terreno inestable, sin pensar en los beneficios que les llevaría dirigir sus negocios de forma sostenible. Ahora que la economía, el mercado y la regulación se han vuelto en su contra se verán obligadas a librar una guerra existencial.